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Ha caido en mis manos este artículo escrito por un librepensador americano, Elbert Hubbard, en 1889, creo que merece la pena leerlo y reflexionar en estos momentos críticos para la sociedad actual, una sociedad adormecida, una sociedad acostumbrada a que todo se lo den hecho; pienso que cada cual debe reflexionar sobre su función en la sociedad actual, y lo digo porque como docentes tenemos una responsabilidad individual y colectiva, debemos entender nuestra posición, como esencial para el cambio de modelo productivo, si a mediados del siglo pasado la educación se volcó en la alfabetización de todo un país, en el aumento de las capacidades instrumentales de la sociedad como tal ( lectura, escritura, cálculo...), hoy estamos ante todo un reto desde la educación como es la alfabetización de todo un país en las tecnologías de la información y comunicación y en las formas de trabajo en equipo o en red. Pienso que resulta gratificante traer un relato de hace 125 años a nuestra época, porque seguro que genera controversias, incluso tiene sus matices, pero con todo y ello puede ser útil, al menos en un sentido: no todo es blanco o negro, todo tiene sus matices.

Un mensaje a Garcia

En todo este asunto de la guerra de Cuba, hay un hombre que sobresale en el horizonte de mi memoria como el planeta Marte en su perihelio. Al declararse la guerra entre España y los Estados Unidos se hizo muy necesario comunicarse rápidamente con el jefe de los insurrectos, García, que se encontraba en algún lugar de la inmensidad de la sierra de Cuba, sin que nadie supiera su paradero. Era imposible toda comunicación con él por telégrafo o por correo. El Presidente tenía que asegurarse su cooperación sin pérdida de tiempo. ¿Qué hacer?

Alguien le dijo al Presidente: "Hay un hombre llamado Rowan que puede encontrar a García, sí es que alguien le puede encontrar". Llamaron pues a Rowan y le entregaron una carta para que la llevara en mano a García.

De cómo este hombre, Rowan, tomó la carta, la guardó en una cartera de hule, se la amarró al pecho, y tras un viaje de cuatro días en un bote sin cubierta, desembarcó de noche en las costa de Cuba; de cómo se internó en las montañas y transcurridas tres semanas apareció al otro lado de la isla, habiendo atravesado a pie un país hostil, una vez entregada la carta a García, son cosas que no tengo deseo especial de narrar en detalle.

Pero lo que sí quiero que conste es que McKinley, Presidente de los Estados Unidos, puso una carta en manos de Rowan para que éste se la entregara a Garcia. Y Rowan tomó la carta y no preguntó: ¿dónde está García?

¡Loado sea Dios! He aquí un hombre cuya figura debe ser vaciada en imperecedero bronce y puesta su estatua en todos los colegios del país. No es la enseñanza de libros lo que los jóvenes necesitan, ni la instrucción de una cosa u otra, sino el endurecimiento de las vértebras que haga que sean leales a sus responsabilidades, que actúen con diligencia, que concentren sus energías, que le hagan: "llevar el mensaje a Garcia". El General García ya no existe, pero hay otros Garcías…

No hay un hombre que habiéndose propuesto la aventura de sacar adelante una empresa que requiera mucho personal, que no se haya quedado atónito en numerosas ocasiones al notar la imbecilidad del promedio de los hombres, la inhabilidad o falta de voluntad de concentrarse en una tarea y hacerla.

La asistencia irregular, la desatención ridícula, la indiferencia vulgar y el trabajo mal hecho parece ser la regla general. Y no hay hombre alguno que salga airoso de su empresa a menos que, con el palo y la zanahoria, o por medio de amenazas, fuerce, obligue o soborne a otros para que le ayuden; a menos que tal vez, Dios Todopoderoso, en su bondad, haga un milagro y le envíe un Ángel de Luz para que le sirva de ayudante.

Tú, lector, puedes hacer esta prueba: Te encuentras en estos momentos sentado en tu oficina. A tu alrededor tienes a seis empleados. Llama a uno de ellos y pídele lo siguiente: "Tenga la bondad de buscar en la Enciclopedia y escribirme un memorándum corto sobre la vida de Correggio". ¿Crees tú que el empleado contestará: "Si señor", e irá a hacer lo que le pediste? Nada de eso. Te mirará de reojo y te hará una o más de las siguientes preguntas:

 

- ¿Quién era Correggio?

- ¿En qué Enciclopedia?

- ¿Dónde está la Enciclopedia?

- ¿Acaso yo fui contratado para eso?

- ¿No querrá usted decir Bismarck?

- ¿Por qué no lo hace Carlos?

- ¿Murió?

- ¿Corre prisa?

- ¿Para qué quiere usted saberlo?

- ¿No sería mejor que le trajera el libro y usted mismo lo buscara?


Y me atrevería a apostar diez contra uno a que después de que hayas contestado el interrogatorio y explicado la manera de buscar la información que necesitas y por qué la necesitas, el empleado se retirará y obligará a otro compañero a que le ayude a encontrar a García, regresando poco después diciéndote que no existe tal nombre. Desde luego puede darse el caso de que yo pierda la apuesta, pero según las leyes estadísticas, no debo perder.

Ahora bien, si tú sabes lo que tienes entre manos, no te molestarás en explicar a tu auxiliar que "Correggio" se escribe con "C" y no con "K", sino sonriente y de buen humor le dirás: "Está bien, déjalo", y dicho esto te levantarás y lo buscarás tú mismo.

Y esa incapacidad para obrar independientemente, esa estupidez moral, esa deformidad de la voluntad, esa falta de disposición para hacerse cargo de una cosa y realizarla, esas son las cosas que han puesto al socialismo puro como algo lejano en el futuro. Si los hombres no son capaces de actuar por su propio beneficio, ¿qué harán cuando el producto de sus esfuerzos sea para la colectividad? La fuerza bruta parece necesaria, el temor a ser "rebajado" el sábado a la hora del cobro es lo que hace que muchos trabajadores o empleados conserven su trabajo.

Pon un anuncio para buscar un taquígrafo y de diez solicitantes, nueve serán individuos que no saben ortografía y, lo que es más, que no creen necesario saberla.

- ¿Podrían esas personas escribir una carta a García?

- Mire usted -me decía el gerente de una gran fábrica- ¿ve usted a aquel contable?

- Bien, ¿qué le pasa?

- Es un magnifico contable, pero si se le manda a hacer una diligencia, tal vez la haga, pero puede darse el caso de que entre en cuatro salones de bebidas antes de llegar y cuando llegue a la Calle Principal ya no se acuerde de lo que se le dijo.

¿Puede confiarse a ese hombre para que lleve un mensaje a García?

Recientemente hemos estado oyendo conversaciones y expresiones de muchas simpatías hacia "los extranjeros naturalizados que son objeto de explotación en los talleres", así como hacia el "hombre sin hogar que anda errante en busca de trabajo honrado" y... junto a esas expresiones con frecuencia se emplean palabras duras hacia los hombres que están en el poder.

Nada se dice del patrón que envejece prematuramente tratando en vano de inducir a los eternos disgustados y perezosos a que hagan su trabajo a conciencia; ni se dice nada del mucho tiempo ni de la paciencia que ese patrono ha tenido buscando personal que no hace otra cosa sino "matar el tiempo" tan pronto como el patrono vuelve la espalda.

En todo establecimiento y en toda fábrica está constantemente en marcha el procedimiento de selección por eliminación. El patrono se ve constantemente obligado a despedir personal que ha demostrado su incapacidad para ayudar al progreso de la compañía y a contratar otros empleados. No importa que los tiempos sean buenos; este procedimiento de selección sigue en todo tiempo y momento; la única diferencia es que, cuando las cosas van mal y el trabajo escasea, se hace la selección con más escrupulosidad, pero afuera y para siempre afuera tiene que ir el incompetente y el inservible. Por interés propio, el patrono tiene que quedarse con los mejores, con los que pueden llevar un mensaje a García.

Conozco a un individuo que posee algunas aptitudes verdaderamente brillantes, pero que no tiene la habilidad necesaria para gestionar su propio negocio, y que aún más, es completamente inútil para cualquier otro debido a la insana sospecha que constantemente abriga de que su patrono le oprime o trata de oprimirle. Sin poder mandar, no tolera que se le mande. Si se le diera un mensaje para que lo llevara a García, probablemente su contestación sería: "Lléveselo usted mismo". Hoy este hombre anda errante por las calles en busca de trabajo, sufriendo las inclemencias del tiempo. Nadie que le conozca se ofrece a darle trabajo puesto que es la esencia misma del descontento. No entra en razones y lo único que en él podría producir algún efecto sería un buen puntapié propinado con la punta de una bota del Nº 9, suela gruesa.

Sé, en verdad, que un individuo tan moralmente deforme como ese, no es menos digno de compasión que el físicamente inválido; pero en nuestra compasión derramemos también una lágrima por aquellos hombres que se encuentran al frente de grandes empresas, cuyas horas de trabajo no están limitadas por el sonido del pito y cuyos cabellos prematuramente encanecen en la lucha que sostienen contra la indiferencia zafia, contra la imbecilidad crasa y contra la ingratitud cruenta de los otros, los que, a no ser por el espíritu emprendedor de estos, andarían hambrientos y sin hogar.

¿Me he expresado con demasiada dureza? Tal vez sí, pero cuando el mundo entero se ha entregado al descanso, yo quiero expresar una palabra de simpatía hacia el hombre que triunfa en su empresa, hacia el hombre que aún a pesar de los grandes inconvenientes, ha sabido dirigir los esfuerzos de otros hombres, y que después del triunfo, resulta que no ha ganado mucho más que su sustento.

También yo he cargado mi lata de comida al taller y he trabajado a jornal diario, y también he sido patrono y sé que se puede decir algo de ambos lados. No hay excelencia en la pobreza per se; los harapos no sirven de recomendación; no todos los patronos son rapaces y tiranos; no todos los pobres son virtuosos.

Mis simpatías todas van hacia el hombre que hace su trabajo tanto cuando el patrono está presente como cuando se encuentra ausente. Y el hombre que al entregársele una carta para García, tranquilamente toma la misiva, sin hacer preguntas idiotas y sin intención alguna de arrojarla a la primera alcantarilla que encuentre a su paso, o de hacer otra cosa que no sea entregarla al destinatario; ese hombre nunca se queda sin trabajo ni tiene que declararse en huelga para que se le aumente el sueldo. La civilización es la búsqueda ansiosa, insistente de esa clase de hombres. Cualquier cosa que ese hombre pida, se le debe proporcionar. Se le busca en toda ciudad, en todo pueblo, en toda villa, en toda oficina, tienda y fábrica, y en todo taller. El mundo entero lo solicita a gritos; se necesita, y se necesita con urgencia, el hombre que pueda llevar un Mensaje a García.